21.6.05

«LA MITAD MENOS SETENTA»


En medio de los fulgores triunfalistas de los ’90, Los Borrachos del Tablón, réplica riverplatense de La N° 12 que todavía lideraba El Abuelo Barritta. en el parapeto de la bandeja alta que da espaldas al Mar Dulce y que gracias al Mundial 78 terminó definitivamente con la original herradura, comenzaron a colgar una larga bandera con la contundente leyenda que insiste en anunciar que en la Argentina la única paz posible es la de los sepulcros:


GRACIAS, PUERTA 12


La –hasta ahora– mayor tragedia del fútbol argentino, que en el sitio oficial que la AFA tiene en Internet merece sólo el repelente calificativo de escándalo, tiene una más que singular historia y una tétrica instauración en el imaginario colectivo argentino como agorero anuncio del final tan temido de cómo puede llegar a ser la hecatombe postrera a nivel nacional. Tampoco se puede dejar de lado que si se insiste con la vigencia de lo lúdico en la formación de cultura se anticipó casi una década a la que se venía.

El martes 25 de junio de 1968 se iba a llevar a cabo, por fin, la inspección oficial de la Municipalidad pedida el 5 de junio de 1944 por lo ocurrido un día antes, en la puerta de al lado que da las plateas altas, al finalizar un polémico y áspero River-San Lorenzo que ganaron los locales con la ayuda de un más que dudoso arbitraje. La paquetería visitante que había comprado entradas en el sector, al terminar el encuentro, no sólo le hizo saber al árbitro lo que injuriosamente pensaba de todo su linaje, sino también intentar alcanzarlo y abollarle cualquier parte de la humanidad con algún objeto contundente. La Policía Federal presente, lejos de la parafernalia de los Operativos Especiales actuales, con botones rasos armados de machetes de quebracho colorado, recibieron orden de aplacar los ánimos de manera contundente y entraron a deslomar y llenar de chichones a los díscolos, arriándolos hacia la salida en estampida, hubo un resbalón, se produjo el Efecto Dominó o Cascada y el resultado de 9 muertos y varias decenas de heridas de toda consideración.
Con El Gráfico de los Vigil a la cabeza, como siempre, y algún plumífero de renombre, se lloraron amargas lágrimas de cocodrilo sobre cómo se ensaña la fatalidad con los pobrecitos que habían comido la pasta dominguera con la vieja e ido a la cancha a ver el club de sus amores para encontrarse sin querer con La Parca, siempre injusta, bochornosa e incompresible. De la feroz e inútil represión, ni una letra. Sí, claro, que había que llevar las cosas hasta las últimas consecuencias como se proclama constantemente desde esas tribunas insobornables del pensamiento libre y la valiente prédica y denuncia de los fiscales ad hoc de la Opinión Pública acerca de los errores estructurales del Monumental que había hecho levantar Antonio Vespucio Liberti con dinerillos estatales, tres lustros antes, tales como escaleras demasiado empinadas, codos demasiado cerrados y falta total de iluminación.

Casi un cuarto de siglo después la pachorrienta intervención oficial no pudo llevarse a cabo y quedará interruptus por los siglos de los siglos, engrosando una penosa antología: todavía estaban contando los cadáveres de la puerta de al lado, la 12, que comunicaba a la bandeja alta, destinada desde siempre a la popular visitante, con la avenida Figueroa Alcorta, y donde casualmente con el civilista Guillermo Antonio Borda, ex FORJA, en el Ministerio del Interior, “como en una partida de bolos” (sic), merced a lo empinado de las escaleras, lo cerrado de los codos y la falta total de iluminación, más la fatalidad que siempre se ensaña con un país predestinado a la grandeza como la Argentina, había dejado como consecuencia un total de 71 muertos, todos varones e hinchas de Boca, promedio de edad 19 años [15] y dos centenares de heridos de toda consideración. El Gráfico, siempre vigilante, oficialista hasta la muerte y sobre todo con la muerte producida institucionalmente, al día siguiente apenas le dedicó una formal oblea de luto en la tapa y a la semana siguiente, chau, fuiste, the show must beguin.

15. El 86% de las víctimas fatales tenía entre 13 y 20 años. La nómina oficial registra uno solo de 35, dos de 32 y uno de 31. Sin ser para nada una ciencia dura, acá las estadísticas porfían en mostrar una clara exhibición de la vigencia a pleno de la Ley del Más Fuerte. Por su parte, con su arrogancia de mundo aparte, desde el primer momento La Nación mantuvo a 72 como la cifra definitiva sin dignarse a dar jamás la nómina completa, menos la identidad de la misteriosa víctima fatal de uso oficial y exclusivo.

El hecho remeció fuerte a toda la ciudad. El tiempo va a demostrar cómo sabiamente los mecanismos de negación operaron para mandarlo a archivo y tenerlo guardado para mejor oportunidad, justamente cuando el país empiece a pagar las facturas de la ordalía menemista y en poco menos de dos años vuelva a batir el récord de cinco presidentes sin necesidad alguna de golpes de Estado a la antigua, al borde de la desintegración. Para colmo, la también premonitoria desdicha de la estatura de los dirigentes, personificados en el escribano William Kent, que ese mismo año blanqueará por primera vez a su barra brava y la función que venía cumpliendo, luego de conquistar con méritos propios en Santiago de Chile el mote de gallinas que no los abandonará, que será suegro del Ramoncito Saadi y embajador del menemismo en los Países Bajos, status que perderá bajo la consabida confusión momentánea de diferencias ostensibles en la caja chica, recorrió los hospitales, cama por cama, ofreciendo el canje del pago de todos los gastos de la recuperación a cambio de la firma de un compromiso de no iniciar reclamos legales, sólo preocupado en que las demandas masivas no terminaran poniéndole bandera de remate al estadio/emblema de la Argentina futbolera, y por el otro el sanguíneo y verborrágico Alberto Jacinto Armando, (a) El Puma, que había comenzado sus incursiones deportivas como sponsor de uno de los hermanos Gálvez y constituido una escudería propia en el artesanal turismo de carretera que hizo historia a mediados de los ‘50, ya dueño feudal de Boca y el primero en adquirir, diez años antes, dos jugadores para su peculio personal como si se tratara de canarios flautas o caniches, desde el primer peronismo y gracias a él abastecedor oficial de móviles de la Policía Federal, aprovechando las medias lenguas de la boca tapada y la total garantía de impunidad por parte del gobierno autobautizado Revolución Argentina, con todos los cursillistas a la cabeza, avivando peligrosamente la vieja tirria y acusando en forma velada de lo que se empezaba a decir y no se terminaba de insinuar, como era que las puertas rebatibles habían sido cerradas y los molinetes vueltos a poner en su sitio, causa física principal para que se formara el siniestro cubo de cadáveres de 8 metros de ancho, unos 12 de fondo y 1,40 de altura que figura en la causa judicial.

Salvo el de un joven de clase alta, habitante de la barranca de Juncal que da a Retiro, flanqueada por macizos, austeros de aspectos pero muy amplios y lujosos edificios del mejor estilo parisino, y al que ni siquiera se lo hizo pasar por los sinsabores populares de la rigurosa autopsia, a los 70 restantes se los veló en la Bombonera, recibieron honras fúnebres de guerreros caídos en combate y con el párroco de la Virgen de los Inmigrantes y la imagen de ésta a la cabeza, una peregrinación nocturna con antorchas alcanzó ribetes tétricos, fantasmagóricos. Con una AFA siempre tan sensible y ajena a los hechos como un banderín del córner, el estremecimiento general tomó forma de colecta en cada una de las canchas, donde grandes cajas de cartón se transformaron en improvisadas alcancías rigurosamente custodiadas por las hinchadas y que fajadas de igual modo fueron a dar a la vieja casa de la calle Viamonte al 1300 para por lo menos dar algún paliativo a los que habían perdido a los seres queridos, prescindiendo totalmente de las inquinas del belicismo futbolero. A la hora del formal reclamo de la cuota parte correspondiente, los deudos se encontraron con la misma propuesta que cama por cama, hospital por hospital, había sido la prédica del escribano Kent: damos la plata siempre y cuando firmen de conformidad un documento por el cual se desiste de cualquier acción judicial contra el Club Atlético River Plate y su entidad madre, la Asociación del Fútbol Argentino.
Antes de transcurridas las primeras 48 horas de lo sucedido, con los no todavía gallinas a la cabeza, en voz muy baja y tono cómplice para evitar las reprimendas por la irrespetuosidad y lo tenebroso del animus jocandi en ciertas ocasiones, como los boquenses tampoco todavía eran bosteros, pero que ya hacía rato se ufanaban de ser la mitad más uno del país, se pasó de oreja a oreja: “¿Sabés cómo le dicen a Boca desde el domingo? La mitad menos setenta...” Las víctimas acaban de ser rematadas en un país donde se va a volver norma común ajusticiar en forma sumaria dos veces.

Los muertos se enfriaron, fueron enterrados y se descompusieron sin que nunca oficial ni extraoficialmente al menos se intentara explicar realmente lo sucedido, sobre todo al manto de silencio en torno las dichosas puertas rebatibles entrecerradas y los molinetes que no tendrían que haber estado allí y jamás se dijo en voz alta si nunca los habían sacado o el motivo por el cual habían vuelto a ser colocados. También si las escaleras seguían siendo tan empinadas, los codos tan cerrados y la luz tan inexistente como en 1944, para colmo con la coincidencia de muy grises y oscuros atardeceres invernales en esas dos jornadas.

El entrecerrado de las puertas rebatibles y la presencia de los molinetes, sin embargo, aunque lejos de los que desde mayo de 1810 pretenden saber de qué se trata, quedó constatado en la causa. En medio de confusas y poco convincentes autoacusaciones, a cambio del sobreseimiento correspondiente, una decena de empleados del club cargó con la autoría de semejantes disparates sin dar motivos para semejante irresponsabilidad e inconciencia, por lo menos, cuando lo normal, más en partidos de este tipo, es que esos elementos sean retirados a poco de comenzar el segundo tiempo, lo que efectivamente había ocurrido. Al final, bajo el amplio manto de la bendita negligencia irresponsable, carente de animosidad alguna, todo quedó en agua de borrajas y de esa manera se licuó la responsabilidad policial en el origen de la medida y en la represión que dio lugar al tapón humano, espontáneo, consecuencia de las puertas entrecerradas y molinetes, y que dio lugar al otro eslabón que culminaría con el papel de émbolo, como el que cumplió un destacamento de la barra brava boquense, bajando en tropel y a los gritos, lo que tapó la desesperación y ayes de los que comenzaban a morir. En las tragedias, efectivamente, el desencadenamiento y atroz concatenación de las causales es absolutamente casual; no así la existencia anterior, tolerada y permitida, tanto como la persistencia de ellas.

Durante todo el partido, entre ese sector de la barra brava y el personal policial adjudicado al sector en la segunda bandeja y en la de abajo, que todavía era tribuna popular y alojaba a la brava local, había habido goma. Salivazos y recipientes de cartón encerado en el que se vendía jugo de naranjas Pindapoy, llenos de orín, habían llovido durante dos horas, sin contar los rimados cánticos del caso. Nunca se sabrá con exactitud quién y en qué momento decidió que a la salida era imprescindible hacer tronar el escarmiento correspondiente, como lo indica la porfía de los hechos, al ordenar entrecerrar las puertas rebatibles y poner de vuelta los molinetes, cosa que el chorro humano que buscara la salida se decantara, desflecándose, y permitiera la peinada, como se le llama en la jerga: cazarlos de los pelos, ablandarles la parrilla torácica con los palos ahora de caucho y a los que se hicieran demasiados los loquitos, meterlos en los celulares cercanos, retorcidos los brazos en la espalda y el postre en el patio de las entonces seccionales, meta lampazo y detergente...

Pero científicamente cierto o mero dicho popular, en estos casos el diablo siempre mete la cola. Es imposible programar de antemano una tragedia semejante. Lo que ocurre es que el orden natural reinante está esperando la chispa ocasional para incendiar la pradera. Los réprobos a ser otra vez apaleados, como en 1944, recién habían empezado el descenso por escaleras tan inclinadas y codos tan cerrados como pésima iluminación, a tal punto que los militares ordenarán hacerle caracoles exteriores al Monumental antes que llegara la correspondiente inspección de la FIFA para el Mundial 78, cuando entre hinchas comunes que venían saliendo y un batallón de la Montada se produjo una escaramuza de la que por partidos hay decenas, los de a caballo amenazaron una carga masiva sable en mano, los de la primera línea entran en pánico y reculan, los que quieren salir se ven trancados por puertas y molinetes, se produce espontáneamente el tranque y lo demás fue solamente horror.

Al ver lo que ya comenzaba a ocurrir, a galope tendido, casi a dos verijas, los del escuadrón salieron de estampida y el drama alcanzó tan volumen que hasta algún cronista gráfico alcanzó a registrar a policías comunes, de a pie, parados arriba de los molinetes, tratando desesperadamente de abrir aunque sea un poco las puertas rebatibles ya hinchadas por la masa humana que estaba muriendo. Los cadáveres fueron piadosamente alineados en la pista de atletismo, cubiertos por diarios, ya noche, con las luces del Monumental a pleno. La futbolización de la tragedia, que tuvo de punta de lanza a un Armando convertido en un energúmeno, se encargó del resto. En el partido revancha, jugado en la primavera, en la Bombonera, extrañamente las dos barras se pusieron de acuerdo en forma espontánea para improvisar un cantito donde culpaban sin dejar lugar a dudas a la Policía Federal de lo ocurrido [16]. Lo primero que hizo River fue cambiar la nomenclatura de las bocas de acceso y la Puerta 12, desde el partido siguiente, pasó a ser la K. Ni una placa recordatoria. Al año el país estaba remecido por otra eclosión, pero no en una cancha de fútbol: el primer Cordobazo dio por tierra, antes que nada, con un Borda que en sus pulcros comunicados oficiales creyó ver poco más o menos que tres o cuatros negros borrachos haciendo bochinche cuando la revuelta popular durante 48 horas no había llegado a la formal toma del poder por carecer de una conducción unificada y la retoma la habían hecho comandos aerotransportados, entrenados por oficiales franceses expertos en la guerra librada en Argel. La Argentina, aunque siempre con su peculiar estilo y destino, se había declarado formalmente en guerra.

16 Romero, Amílcar. Muerte en la cancha, Buenos Aires, Todo es Historia, octubre de 1984, y también Muerte en la cancha (1958-1985), Editorial Nueva América, Buenos Aires, junio de 1986, 238 págs., así como en Se cumplen veinte años de la tragedia de la Puerta 12, vespertino La Razón, pág. 6, junio 23 de 1988.


El tétrico cartel de comienzo de los ‘90, exhibido por Los Borrachos del Tablón, daba cuenta que en la Argentina se estaba perdiendo algo más que el buen gusto, los últimos recatos del pudor y el respeto por la vida del prójimo. Que lo que acaba de ocurrir en los años negros había tenido allí buena parte del caldo de cultivo, aparte de todas las ovaciones y adhesiones conseguidas durante la obtención del primer título mundial, que los que Los Muchachos, como los designa la jerigonza dirigente oficial reinante en los pasillos de la AFA, podrían haber aprendido de malo de los militares pulcramente entrenados durante años para el genocidio, más bien podría ser exactamente todo lo contrario [17]. Por fin, la instauración del concepto de Efecto Puerta 12, a cargo de economistas neoliberales a coro con algún ex coronel de la inteligencia guerrillera, en los comienzos mismos del 2002, cuando todavía el tembladeral estaba lejos de desaparecer y con la pesificación se pegaba el mayor zarpazo masivo, legalizado gracias a la obediencia debida judicial, desde un programa presuntamente progre de tevé, aparte de dar cuenta hasta el hartazgo que en la Argentina lo que comienza deportivo no tarda en devenir político y que por una perversa inversión de la teoría del reflejo, desde fines de los ‘50 el Fútbol Espectáculo S.A. se convirtió en una rica avant première de lo porvenir, la significación otorgada a la pendiente amenaza de disolución social se la trata de vender como una muestra más de la llamada violencia horizontal, opuesta a la vertical que plantea la lucha de clases bajo la ortodoxia marxista. En suma, una consecuencia tan nefasta como letal del Pobres vs. Pobres a full. Sin embargo, la relectura de lo realmente ocurrido en la Puerta 12, que puede llegar a ser motivo de otro trabajo para esta misma colección, porfía en mostrar que el imaginario colectivo argentino no está equivocado en lo que se refiere a la estremecedora amenaza que mostró desde el momento mismo de su eclosión, en aquel grisáceo y tenebroso atardecer de 1968, pero que el intento de invisibilización en su momento y la adulteración después, ahora, jamás podrá contrabandear la ideología de la rigurosa escala de valores, responsabilidades y culpabilidades imperantes en ese tipo de hecho, exactamente el mismo que rigió el desbarranque, vaciamiento y evisceración de un país al que en algún momento, queriendo ser original, alguien motejó como el Granero del Mundo.

17 Romero, Amílcar. El Chico de la Sombrilla. I-BUCS Ediciones Electrónicas Multimedia, formato PDF, Buenos Aires, 2002, con bajada gratuita cliqueando el subrayado. Este hecho, ocurrido en abril de 1967, en la cancha de Huracán, donde ritualmente se asesinó a Héctor Souto (15), quien jamás tuvo nada en las manos, excepcional por donde se lo busque, desde la impecable e implacable actuación judicial, como el acuñamiento jurídico de la expresión barra brava y su significado, entre otras cosas puso de manifiesto todas las latencias de lo que ocurriría, la hasta entonces encubierta presencia del y, algo habrá hecho y la entrada en escena, en la barriada de Villa Domínico, de unas madres que espontáneamente van a mostrar el rol histórico que las estaba aguardando.

Un croquis mínimo, elemental, de lo sucedido muestra de manera clara el protagonismo de una dirigencia irremisiblemente corrupta, terminal, medrosa, criminal, pusilánime a la hora de asumir responsabilidades, y como parte del orden natural vigente, por un lado, la existencia de un grupo con entrenamiento militar, como es la policía, aparentemente la fuerza legal pero con un único fin represivo, y por el otro, como virtual enemigo que lo justifica, otro grupo, también internamente muy jerarquizado, con igual capacidad de generar violencia, a esa altura ya institucionalizado y profesionalizado no como un modo de vida sino hasta como un medio de vida, muy por encima de la categoría de gangs indisciplinados que le encuentran en otras partes [18] y en el medio una masa amorfa, engañadoramente policlasista, espectadores casi en estado puro, arrasados por un darwinismo en su expresión más salvaje, sálvese quien pueda, sobre todo los más fuertes; un compacto de músculos y huesos convertido en víctima propiciatoria cuando en realidad eran los sostenedores dudosamente involuntarios de un sistema que desde diez años antes, con el asesinato de Mario Linker en la cancha de Velez, había retornado a la muerte explícita, sin subterfugios, como parte imprescindible de lo que no tardará en ser Fútbol Espectáculo S.A. [19]

18 Claeys, Urbain. Juventude e fairplay. Ministério de Educaçao e Cultura de Portugal, Direcçao-Geral dos Desportos, Antología de Textos N° 76, Lisboa, noviembre de 1977, 29 páginas. El concepto desarrollado por el sociólogo alemán es interesante para encuadrar al fenómeno de los grupos ultras o barras en el Mercado Común Europeo, pero inaplicable en Argentina, donde de manera inédita y única en el mundo fueron creadas, institucionalizadas y financiadas, además de totalmente amparadas, por el poder desde sus inicios y superaron desde siempre el marco de lo indisciplinado para para a ser integradas, obedientes y de tener de marginal sólo la pátina.
19 Romero, Amílcar. Deporte, violencia y política (crónica negra 1958-1983). Centro Editor de América Latina, Biblioteca Política Argentina N° 118, Buenos Aires, setiembre de 1985, 136 págs.

Efecto Puerta 12 parece concordar más con el esquema elemental arriba borroneado que la adicción por los rótulos epatantes que gustan detonar, tomados de la mano, los desertores reciclados del voluntarismo revolucionario y los no menos fatalistas discípulos del monetarismo for import de los Chicago Boys de entrecasa. Ninguna tragedia en canchas de fútbol de todas las latitudes, desde la primera en Escocia, el año que comenzó el siglo XX, con más de un centenar de víctimas, jamás puede ser concebida sin la total y directa responsabilidad, más la correspondiente culpa, de organizadores y autoridades respectivas. Salvo en la Argentina, donde faltando poco para terminar esa misma centuria, el matutino calificado de progre se despachó a página completa sobre lo sucedido aquel domingo 23 de junio de 1968, con todo envasado bajo el rótulo “periodismo de investigación”, y la calificó sin rubores ni razones de “avalancha inexplicable”. Tres décadas después los mecanismos de negación e invisibilización seguían haciendo lo suyo. Cuando volvieran a exhumarla, eviscerada, sería para metaforizar sobre la inminencia de la catástrofe mayor, total, obviamente también sin autores responsables ni historia, un probable y mero producto de la concatenación fatal de las circunstancias.


(Villa Gesell, diciembre del 2004)