25.8.10

PARA MATIZAR LA LECTURA

26.10.08

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22.6.05

PORTADA

Dibujo de Oski en La vera historia del deporte (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1973)



Amílcar Romero

EL ALMA EN ORSAI
Deportivización y lenguaje de la vida cotidiana

Ediciones BP

BUENOS AIRES, 2005


Anterior a la cultura y a la vez formador de cultura, el juego justamente tiene los campos más propicios en la generación y recreación del lenguaje, también aparece como el origen mismo de la administración de justicia y es el sustento de los rituales guerreros más remotos [1]. A esto se debe agregar que en el siglo XIX, para nada casualmente coincidente con la expansión colonial británica y la eclosión del capitalismo industrial, luego de un largo proceso de simbolización, los deportes alcanzan, con el fútbol a la cabeza, las formas en que se los conoce e impregnarán la modernidad. El fenómeno será de tal envergadura que a punto tal de estallar el Imperio de la Microelectrónica, a mediados de los ‘80, poco más de una centuria después, ya se comienza a hablar de “culturas dominadas por el deporte” [2]. Mientras que entre nosotros, desde principios del siglo XX, nadie puede dudar de la existencia y vigencia de una cultura imperante, arrasadora, de neto cuño futbolero.

1 Huizinga, Johan. Homo Ludens. Emecé Editores. Colección Piragua. 2ª edición. Buenos Aires, 1968, 305 págs.


2 Lever, Janet. La locura en el fútbol. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, 358 págs.



Esta para nada simbólica o virtual mancha de petróleo en la antropología social y cultural posmoderna se ha expandido de un modo tal que en el hemisferio norte se discurre abiertamente, a la par de una “banalización, de una macdonalización de la cultura”, de la consolidación simultánea con un proceso de “sobrefutbolización de la actual sociedad” [3]. La imperiosa necesidad de las clases dominantes de cubrir el creciente ocio social, producto en las metrópolis fundamentalmente de la automatización y del cada vez mayor promedio de la expectativa de vida, entre nosotros el mismo fenómeno aparece con el sesgo genocida de la marginalidad y la exclusión directas, sin más, a la par con una expansión geométrica de la tevé por cable. En un para nada imaginario o virtual escenario más que probable, en la Argentina de comienzos del siglo XXI cualquier ciudadano podía disfrutar diariamente, ya sea por aire, cable y/o codificado, de una media de 70 horas diarias de fútbol en vivo de todos los países, categorías y colores. Es decir, sentado en el living de su casa, sin tiempo real ni para ir a hacer pipí, permanecer el día completo con dos televisores y medio encendidos [4].


3 Bromberger, Christian. Significación de la pasión popular por los clubes de fútbol. Libros del Rojas, Deporte y Sociedad, Buenos Aires, noviembre 2001, 57 págs.

4 Romero, Amílcar. La deportivización de la violencia. Inédito. Buenos Aires, 2001.

«MIREN, MIREN QUE LOCURA;/ MIREN, MIREN QUE EMOCION...»

Pensador holandés Johan Huizinga, biógrafo de Erasmo, autor del clásico Homo Ludens.

El entrecruce constante juego/lenguaje tiene quizá su aspecto más apasionante en los tropos [5]. Estos remiten siempre a la imaginación del interlocutor, y es en ese circuito del discurso donde se produce quizá uno de los más apasionantes fenómenos del quehacer cultural humano, por la creación y recreación del conocimiento y su trasmisión y reprocesamientos a que da lugar. La irrupción total de lo deportivo en la vida cotidiana, de la que es condensación simbólica, sobre todo el fútbol, produce un feedback de mensajes de todo tipo hacia la sociedad en pleno, no sólo con exclusividad a sus meros cultores, fanáticos y/o simpatizantes, con lo cual, antes que nada, tiene a bien ocurrir un engrosamiento y enriquecimiento sobre todo del discurso cotidiano para luego ir alcanzando mayores rigores y niveles de abstracción. El fútbol hasta como “categoría del pensamiento” ya fue advertido hace tiempo entre nosotros [6] e incluso hoy ya hay quienes lo elevan fundamentadamente a la de “drama filosófico” por méritos propios [7].

5 Figura retórica que consiste en el empleo de una palabra en sentido figurado, como las metáforas y metonimias. Moliner, María. Diccionario de uso del idioma. Edición electrónica, 1996.

6 Mafud, Julio. Sociología del fútbol. Americalee. Buenos Aires, 1967, 151 págs.


7 Bromberger, Christian, ob. cit. Esta calidad y cualidad de “drama filosófico del fútbol” provendría de la “discutibilidad” in eternum de la impronta de un partido porque es justamente ese partido –los partidos, todos los partidos que en realidad siempre son uno, interruptus provisionalmente y continuados– el que se nos “propone como un universo” y lo que “nos pone frente a verdades esenciales que quedan oscurecidas por lo cotidiano” y alimentan esta “cultura positiva del éxito prometeico”, en realidad como “una filosofía sísifeana del infortunio resignado”.


El objetivo de este trabajo es tratar de constatar hasta dónde lo futbolero tiñe la vida cotidiana argentina y hasta se transforma en una manera de concebir la realidad y el mundo, mucho más allá de los límites de una tribuna, los 90’ de juego y los chirles comentarios pre y poscompetitivos, siempre tan fatuos como eternamente fugaces. Además, alejarse todo lo posible de lo pintoresco/populista como de la inagotable picaresca del tablón, y tratar de ver hasta dónde la esencia de lo lúdico que se improvisa sobre el césped se instala en la sociedad para regimentarla, categorizarla y hasta repensarla a través de expresiones que si bien es imposible despegarlas de su legítima cuna, otro tanto ocurre con el rigor con que han pasado a designar conductas, ritos, episodios que tienen también poseen la misma originalidad de la cultura madre. La magnitud de este impacto quizá puede ser ejemplificado con el hecho de que a mediados de este año la Academia Argentina de Letras decidió la publicación de fascículos que dieran cuenta de la inclusión en nuestra vida diaria de vocablos provenientes de actividades muy propias y típicas del paisaje cultural cotidiano. El fútbol, claro, punteaba con holgura el listado.

De las casi trescientas figuras, metáforas, giros, analogías, etc., colectados con tanto esmero como generosa ayuda, se han seleccionado cuatro que por los motivos que luego se expondrán signan futboleramente el pensamiento argentino de uso diario de manera irremplazable en circunstancias, hechos o acontecimientos por cierto trascendentales:



  • el alma en orsai
  • embarrar la cancha
  • (hacer) la biclicleta/bicicletear
  • efecto Puerta 12.

La primera es poseedora, de lejos, hasta el momento, del mayor nivel poético alcanzado. Sin pretender para nada un análisis o crítica literaria para algún suplemento cultural de fin de semana, su irrupción, en el remate de la letra de Che, bandoneón, musicalizada por Aníbal Troilo en 1948, es por lo menos inusitada. Desde el principio no hay ningún rastro, indicio o sospecha que en ese soliloquio en segunda persona con tres abstracciones en sucesiva escala ascendente (al duende del son de un instrumento fundamentalmente emblemático, para colmo condenado a muerte por la inexistencia de producción industrial), el fueye si se quiere más concreto, a quien le descarga todas sus cuitas como único interlocutor válido, de pronto vaya a terminar de manera tan abrupta con el alcagüete banderín en alto y el crispante silbato del de luto, que acaba de manera ineluctable con cualquier ilusión [8]. La riqueza condensadora, simbólica y polisémica de esta metáfora arranca desde lo futbolero, obvio, pero pasa cómodamente a lo existencial para amenazar con hacer el cambio de domicilio, pero hasta tiene ribetes cuasi metafísicos innegables.


8 Huizinga, J. Ob. cit. El silbato del referí es la “irrupción de la realidad” porque marca la infracción a una ley del juego, que es sagrada, y con ello se quiebra el flujo de lo lúdico, un mundo, si bien imaginario, que contiene a todo lo real y que es fundamentalmente libertad, un mundo que según el pensador holandés comienza exactamente donde termina lo biológico y lo psicológico y que es anterior a lo humano porque ya está en los animales. El homo es faber, sapiens y ludens. Esta tríada es inseparable a la hora de la formación de la cultura. Lo del luto alude al tradicional uniforme negro de los árbitros hasta que irrumpió lo fashion de la Sociedad de Consumo. Blanco de todos los odios, único territorio donde para su ataque y destrucción se ponían de acuerdo todas las rivalidades, con obvias intenciones ofensivas, durante décadas en los tablones se los llamaba morcillas o, peor aún, soretes de luto.

No se está frente a un feliz guiño pintoresquista o populista en un poeta como Homero Manzi. Ni tampoco se le puede exigir definiciones en rigurosa lógica formal justamente a quien elige este modo de expresión por ser él el primero en estar en tinieblas. Lo dijo así y se acabó. Estableció una nueva dimensión llena de posibilidades, alternativas, caminos, luces e interpretaciones. El primer resbalón se pega justamente con orsai, onomatopeyización del inglés off side, expresión hasta hoy nunca aceptada como forma verbal propia y que literalmente se puede traducir como fuera de lado o de lugar. Su significado más aceptado y divulgado es fuera de juego. Alude con simpleza, aunque por eso mismo sea quizá la fuente de mayores conflictos y reyertas, a la posición que ocupa un atacante con respecto a la línea imaginaria que forma el último defensor o la pelota. Está adelantado. Pero en todos los casos se trata de un status ilegal, prohibido, que acaba de manera abrupta con todo lo hecho hasta ese instante e inhabilitad de concretar algo.

La autonomía de la cultura es un aspecto tomado en cuenta desde no hace mucho por los cientistas sociales de ortodoxias varias y cuya omisión llevó a desgraciadas omisiones, simplismos y mecanicismos. El deporte, el fútbol en particular, en tanto la forma más depurada de la cultura de masas, por lo tanto, también tiene su propia historia, cronología y tempo. Esto es lo que lleva a ver, antes que nada, la riqueza de elementos que tiene el aspecto futbolero insoslayable que cargará por toda la eternidad la metáfora/remate de Manzi.

El off side fue la primer regla que tuvo el fútbol en su forma actual. Se la implantó en 1867, a cuatro años de haber sido creado en una taberna masona de Londres, característica que hasta hoy se ignora o se mira para otro lado, porque en aquellos primitivos encontronazos, donde todos corrían atrás de la pelota, el arco propio quedaba sin cuidadores y empezaron a menudear los que usaban la estrategia de dejar a un solitario ariete, normalmente el más patadura, en lo que la jerga tribunera llamó desde un principio y para siempre tomar mate con el arquero. Los rechazos largos y semejante ventaja hicieron que los tanteadores le restaran gracia al juego y motivaciones a la puja. El off side tendió a la mantención a rajatabla del máximo de equidad posible, condición sine qua non para que la porfía tenga algún atractivo y sentido. Desde otro punto de vista de lo lúdico, la libertad total, sí, pero dentro de la igualdad que establecen unas reglas aceptadas de antemano por ambas partes y también en libertad.

Tratando de que los significados no floten al garete, el alma en orsai ¿es porque está fuera de lugar? ¿Adelantada? En todo caso, en una posición ilegal, transgresora, infringiendo una ley sagrada del juego, lo que le impide concretar, consumar el logro máximo, como es meterla y obtener el tanto salvador del empate o la diferencia mínima para el triunfo, así sea en la cancha como en el partido de la vida, ya sea una final por el ansiado campeonato o donde está en juego el descenso irreversible. Si una de las caracteríscas del ser argentino es estar constantemente en orsai escapa totalmente tanto a los objetivos como a los límites de este trabajo. Ahora bien, siguiendo el origen netamente proveniente literalmente del field del asunto, luego del puntapié inicial de esta total deportivización de la vida cotidiana y su impacto en el lenguaje, ante semejante centro a la olla surgen dos cabeceadores natos, siempre con posibilidades de convertir. Uno es la advertencia ya vista del fútbol como categoría del pensamiento en la forma de oposiciones primarias, irreductibles, que a poco de transitárselas no tardan en mostrar alguna hilacha, por lo menos, tipo espíritu/materia o locales/visitantes, líbido/instinto de muerte, unitarios/federales, ying/yang, estatismo/liberalismo, peronismo/antiperonismo, idealismo/empirismo, porteños/provincianos, amor/odio, peruca/gorila, zurdo/facho, Gente como Uno (Landrú)/piqueteros, axiología/cambalache discepoleano, orden cuartelero/quilombo, determinismo/libre albedrío o River/Boca [9]. Luego aparece nada menos que el fantasma del drama filosófico, también citado, que asoma de la casi eternidad polémica, insoluble aún con los adelantos tecnológicos, acerca de la justicia de los fallos tomados en la tremenda impronta del juego y donde el orsai tiene asegurada si no la pole position, un lugar seguro en el podio de las fuentes de discordias recurrentes y que no pocas veces derivan hacia bataholas de órdago, sangre y muerte.

Como acotación final, de cotillón, casi como parte de un destino manifiesto se encuentra aguardando esa sociología al paso a la que somos tan adeptos, a cargo de un viejo comandante de la antigua Aerolíneas Argentinas, quien muy convencido y asentado en todo el mundo que su oficio le permitía volar y pernoctar, aseguraba que a los irlandeses se los conoce en las tabernas y a nosotros, en las canchas de fútbol...[10]


9 Romero, Amílcar. Madero Soccer Center vs. Huergo Fóbal Clú. Apuntes sobre los orígenes socioculturales del superclásico. Ediciones BP, Informes del Sur N° 25, Buenos Aires, mayo 2004, 36 págs.
10 Panzeri, Dante. Burguesía y gansterismo en el deporte. Ediciones Líbera, Buenos Aires, 1974, 414 págs.

«ALZAN LAS CINTAS, PARTEN LOS TUNGOS,/ GRITAN LOS NENES DE LA POPULAR»


Mientras no aparezca otro origen bien documentado, embarrar la cancha viene de ciertos recursos non sanctos utilizados vaya a saberse desde cuándo en las cuadreras. Su ignoto inventor y primeros cultores jamás pudieron sospechar que con el correr del tiempo devendría en la táctica y estrategia más recurrida y eficaz, en los tribunales de todos los fueros, a cargo de los más conspicuos, célebres, mediáticos y caros letrados, auxiliares indispensables en la administración de injusticia y impunidad. Tanto el escenario como el fin perseguido son tan claros como el agua que indispensablemente hay que utilizar; desde lo lúdico, los resultados que se obtienen gozan de la transparencia, sabor y jerarquía del producto que queda al ser mezclada con la tierra del suelo.

El asunto tiene que haberse ocurrido cuando de otro pago, previo desafío indispensable, traían un pingo con mentas de ser livianito como el aire y veloz como la luz. Como oponente se le ponía a un animal algo más pesado, sí, pero con más fuerza sobre todo en las manos, con mayor agarre y fuerza en la tracción. Un barrero, en una palabra. El regado sin pijoterías del tramo a recorrer cumplía con creces su cometido: restarle velocidad a quien por naturaleza carecía de mayor potencia en la tracción y de ese modo equilibrar los tantos de una naturaleza que a menudo se empeña en mostrar que no es muy democrática en cuanto al reparto de dones.

La aparición oficial e institucional de este recurso en el fútbol fue por los ‘60 y estuvo a cargo de uno de los personajes más pintorescos y falto de escrúpulos cuando la instauración de Fútbol Espectáculo S.A. trajo, como pan bajo el brazo, el reinado de los DT: Juan Carlos Lorenzo, (a) El Toto. El escenario fue el único cambio notable; todo lo demás, igual. Contando con la insuperable ventaja de jugar como locales, en casa, y contando la visita con la probada peligrosidad de hombres de punta muy veloces, sobre todo a la hora de los contraataques, se trató solamente de pedirle al canchero que a la hora de regar el césped fuera generoso con el andarivel laterail preferido por los enemigos y así quitarle adhesión a la hora de picar y sacar ventajas, camino al arco y a la concreción.

La sagacidad de los periodistas deportivos, especializados en la materia, no tardó en advertir las fisuras en la artimaña y lo encararon al mañero con el drama de hierro que si bien era cierto que los peligrosos punteros contrarios se quedaban sin piernas, así usaran tapones largos, no menos podía ocurrirles a los hombres encargados de cuidarlos, pertenecientes también al reino de lo humano.

El Toto ni se inmutó:

–Vos dejá que los otros no puedan correr –fue la escueta y contundente respuesta–. Del resto, me encargo yo.

La viveza cundió más ligero que los delanteros a ralentar. También las exageraciones. Estaba por terminar el siglo cuando por la liga local, Estudiantes de Santiago del Estero capital se las tenía que ver con su eterno rival y la barra brava decidió tomar cuentas en el asunto y abrir el sistema de riego como para producir un diluvio universal para uso propio. No se trataba de frenar delanteros. Se trataba de no jugar, sí o sí, el partido, dadas que todas las condiciones se mostraban desfavorables. Y la inundación fue tal que dejaron el campo de juego más apto para una tenida al waterpolo. Eso sí, a pesar de la intervención directa de los bomberos con sus bombas de achique a pleno, no hubo caso. El piso había quedado en tal estado que hasta se empantanaba un Unimog...

Con el comienzo de la Segunda Década Infame, a fines de los ‘80, embarrar la cancha desplazó a la hasta entonces reinante hacerla de goma y no tardó en adquirir la categoría de cosa juzgada en los estrados judiciales, entrando a sentar su propia jurisprudencia o rolete y también a acostarla sin más. Más bien, a inmovilizar y a terminar de enlodar a un sistema que desde el Martín Fierro para acá nunca se caracterizó por tener buen rating y mejor reputación pública. La implantación en este terreno no necesitó de canillas, mangueras ni pisos de tierra o pasto. Se trató de la utilización, a nivel industrial, de las fisuras, fallas y falencias que siempre fueron las que reinaron en los tribunales de todos los fueros. A lo cual se agregó, con no poca y encomiable contundencia, el uso y abuso sistemático del Reinado de lo Mediático. La diferencia entre ricos y pobres, ya testimoniada en la obra de José Hernández, empezó a mostrar con asquerosa obscenidad los abismos existentes entre los chorritos cualunques, de cuarta, y los imputados VIP: el volumen de las causas, la cantidad de cuerpos que vertiginosamente empezaban a engrosar las actuaciones al amparo del rebusque en el fondo del tarro de la bibliografía y el correspondiente fuego granado de recursos, pericias, peritajes de pericias, recusaciones, apelaciones de todas las medidas, más un bombardeo sabiamente sostenido y goteado desde la tevé, que gracias a la implantación a full de la Sociedad del Espectáculo ya entrevista dramáticamente en la alborotada, bullente y decisiva primera mitad de los ’60 [11], ha pasado a convertirse en la verdadera arena donde se dirimen estos hechos y ganan cada más desprestigio los presuntamente independientes y ecuánimes hombres de la toga.

El prestigio y el tufo de una causa se mide por los miles de fojas que jamás ninguna de las partes va a llegar a leer, primero, por el mero hecho de las limitaciones humanas, fundamentalmente el tiempo, a lo que se debe agregar la fácil constatación de un sistema colapsado y rebalsado a tal punto que no sólo carece de espacios físicos mínimos, propios, para funcionar, sino que encima los existentes están tan viejos y abotagados que algunos debieron ser desalojados, a punto de derrumbarse por el peso de tanto material tan inútil como inédito. A todo esto, la dichosa Opinión Pública discurre sobre las versiones aviesamente tergiversadas tanto por los respectivos abogados de parte como de funcionarios de todo rango, convertidos en verdaderas estrellas televisivas y con realities shows y programas de información general que los cuenta como parte de su elenco estable, sin más cachet que su instauración en el imaginario colectivo como referentes válidos para cualquier tema de actualidad en el nuevo tempo y cronología que ha instaurado la autonomía cultural: unas pocas semanas, cuando mucho, siempre con ribetes escandalosos, que es el arrabal de la tragedia, y donde se esfuman de la misma manera intempestiva con que se instalaron, diluyéndose, sin resolverse, en un eterno empate tan anómico como eviscerador en una sociedad que se deshilacha por todos los flancos [11]. Efectivamente más cerca del Toto Lorenzo y de la barra brava santiagüeña que de sus originales creadores y aplicadores, estos posmodernistas embarradores de cancha no dejan jugar a nadie, arrasan con los últimos vestigios de lo lúdico y, con ello, de la cultura humana, un resultado que para el pensador holandés sólo era posible como consecuencia de desatarse la guerra total [12].

11 Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. Edición crítica y prólogo de Christian Ferrer. Biblioteca de la Mirada, Editorial La Marca, Buenos Aires, agosto de 1995, 211págs. El autor fue uno de los malditos, tanto para el pensamiento oficial como el para no tan oficial, de Europa, en particular de Francia, su país natal. Terminó sus días en la mayor soledad, aislado, suicidándose, a fines de 1994. La edición original, con el mismo título, apareció en 1967.

12 Aquí cabe recordar el origen netamente lúdico en el sistema administrador de justicia rescatado en la obra citada de Johan Huizinga como en la presencia abrumadora de una sociedad totalmente deportivizada, particularmente futbolizada, lo inadmisible del empate en la génesis de la puja deportiva. Esto útimo, ampliamente tratado en Jeu, Bernard. Análisis del deporte. Ediciones Bellaterra, Barcelona, 1987, 192 págs.

21.6.05

UNA ECONOMIA A PEDAL


Desde 1975, en el Ministerio de Economía de la Nación el doctor Antonio Cafiero, (a) Cafierito según el cariñoso mote del General, en el sillón de Rivadavia la todavía increíble presencia de la riojana María Estela Martínez viuda de Perón, (a) Isabelita, seudónimo que le quedó como sambenito desde su paso por el espiritismo de la Escuela Científica Basilio, de la que formó parte con devoción, hacer la bicicleta, bicicletear y, por extensión, pedalear, pasó de un recurso financiero para el traspaso rápido de manos de grandes volúmenes de dinero, en medio de sucesivos y cada vez más devastadores golpes hiperinflacionarios, a un verdadero estilo de vida al instalarse sólidamente en casi todos los ámbitos.

Al poco tiempo de inaugurada la práctica social, particularmente con dinero, pero no solamente se entró a hacer la bicleta, bicicletear y pedalear oblgiaciones de pago. Hasta en las relaciones sentimentales, varones y mujeres, lo entraron a practicar de lo lindo y en forma creciente. Quizá visto de otro modo, esta nueva modalidad de transformó en el modo activo del acendrado no te más, yo argentino.

Resultó de movida tan fácil, juguetón, segregador de adrenalina, que nadie se preocupó de averiguarle el pedigrí cultural en un país que vive al día, olvidando y negando su historia, más encima con un futuro incierto para decir lo menos. Por supuesto, igual o menor interés tuvo por lo menos intentar cuantificar los resultados de semejante epopeya. El súbito y estridente surgimiento de nouveaux riches que pasaron a ser centro de atención y convertirse en modelo de vida ocultó la legión de víctimas que quedaron con igual o mayor rapidez totalmente en la lona, para seguir con los giros deportivos definitivamente incorporados a nuestra habla cotidiana. La tasa de suicidios, que siempre en cualquier sociedad, en todo momento, se maneja con gran discreción por obvios motivos, hace rato que es casi un secreto de Estado. O sin el casi, directamente. En medio del fárrago purulento de las últimas décadas, con el acoso cotidiano terrible de una verdadera competencia por lo horrible, a la par de una creciente y no menos jocosa coprofagia, ya ha pasado a un total olvido la ola de argentinos de toda edad y sexo que se despeñó de balcones de todos los pisos, generalmente en barriadas residenciales y muy elegantes.

Sigue siendo de muy poco interés que la bicicleta, lúdicamente hablando, surgió por los años ‘20 y que su inventor fue Pedro Calomino, (a) Calumín, un pequeño y esmirriado puntero derecho de Boca Juniors, famoso por su velocidad de roedor y su habilidad para todo tipo de gambetas y diabluras. Con una infancia atroz por las necesidades de todo tipo, sin núcleo familiar propio, con un entorno desde siempre pobre de toda pobreza, alimentado en cuerpo y alma por la generosidad de otros tan indigentes como él, iba a alcanzar un fulgor y una gloria propia los domingos a la tarde, de sol, luciendo unos colores que empezaban a traspasar con facilidad los límites de esa barriada/país tan particular. A Calumín se le ocurrió un día, con la pelota entre los pies, siempre en velocidad, el marcador esperándolo con los suyos atornillados al piso, tenso, expectante, a ver con qué iba a salirle, de pronto mandarse una especie de zapateo a cada lado, hamacar un poco el cuerpo, y sin ningún otro amague mandarla larga por izquierda o por derecha, él picar por el mismo lado o por el otro para ganarle la retaguardia haciendo valer el corto pique increíble que tenía, y a alguien, quizá a él mismo, nunca se sabrá, se le ocurrió llamarle a eso la bicicleta o hacer la bicicleta por el símil del movimiento con los pies de alguien que siempre estaba en velocidad, con el pedaleo del velocípedo.

Y allí quedó, a la espera de destinos mejores y más trascendentes.

La trayectoria y gloria de Calumín resultan altamente ejemplificadoras de cómo la cultura a veces, particularmente la denominada popular, resulta hasta impía para apropiarse de ciertos emblemas y usarlos en beneficio propio. Porque en un principio, hacerle la bicicleta o pedalear contrarios resultó una chacota más para su espíritu travieso, un ruidoso festejo en una desde siempre ruidosa parcialidad zeneize, pero ocurrió que a los marcadores no les resultaba nada gracioso quedar tan desairados por la carencia de recursos para detener a alguien con una impronta tan imprevisible como veloz. Entonces, hete aquí, que al poco tiempo encontraron un remedio tan eficaz como poco deportivo, es cierto, pero eficaz al fin. Normalmente dotados de gruesas piernas, no mucha ductilidad de cintura ni capacidad para girar rápido y salir a la caza del que ya les había sacado varios metros, los zagueros optaron por tratar de adivinar menos por dónde iba a pasar la pelota que por el lado por el que quería a pasar Calumín como un refucilo y le entraron a poner la suela como si se tratara de una maniobra a destiempo, pero la enclenque humanidad entró a dar tupido de morro contra la línea de cal y hasta contra los alambrados, aterrizando de panza y de hocico, a punto tal de convencerlo que si no había llegado el momento de entrar a guardar definitivamente la bicicleta, por lo menos sí el pedalear de manera más espaciada porque lo estrolaron sin piedad y hasta con saña.

Imposible bajo todo punto de vista prever que la figura creada para enriquecer la semántica futbolera, medio siglo después, prácticamente inédita, sólo que traspasada de ámbito, iba a signar la economía toda del país. En un principio, a mediados de 1975, con un gobierno lamentable que sólo mostraba eficacia para comenzar la cacería y matanza que se industrializaría e institucionalizaría meses después, bicicletear, respetando tácitamente su orígenes, designó a la operación de tomar fuertes préstamos a equis interés y plazo, fraccionando la suma en otros préstamos a un interés mucho mayor y menor plazo. La diferencia obtenida entre las dos operaciones, siempre con dinero ajeno, se convirtió en la bicicleta financiera original.

A poco de andar, hacer la bicicleta o pedalear se extendió hasta ser entendido en la acepción actual, incluso como política oficial ante la creciente deuda externa: diluir, retrasar, eludir con cualquier artimaña o pretexto las obligaciones de pago. También, por extensión, el incumplimiento de cualquier otro compromiso, no importa la índole. En otros términos, si se quiere, el reverso del arquetipo ideal, ilusorio e iluso a la luz de los tiempos, levantado por Atahualpa Yupanqui cuando hablaba del paisano que enfrentaba un deber cada vez que daba la mano. La despersonalización y entronización del darwinismo que había aflorado con plenitud, sino como cínico estilo de vida, ya habían hecho su alertadora presentación en sociedad, también en una cancha de fútbol, como se verá después.

El bicicletero ha pasado a ser una categoría tan existencial como antropológica. A la vez, cotidiana e integradora del paisaje como los restoranes de lujos y lofts de multinacionales y buffetes de los más prestigiosos letrados embarradores de cancha en que devino inevitablemente la inutilidad del Puerto Madero gritada con anticipación en todos los idiomas [14]. Lo curioso es que tanto la maniobra como los resultados siguen siendo exactamente los mismos, más de tres cuartos de siglo después: impacto espectacular en el arranque y grandes logros en el cortoplacismo, pero a poco de andar y sobre todo a la larga, un final idéntico o peor que el del pobre Calumín, arando la cancha con la nariz, con por lo menos una pierna a la miseria y cada vez más llena de dolorosos cardenales de todo tamaño, terminando su vida en idénticas o peores condiciones que la de la niñez miserable en que lo arrojaron en este mundo y donde tuvo que aprender a gambetear, primero, como la única forma de sobrevivir, y luego, por dotes naturales, como la única vía para lograr una identidad individual y social, ser alguien.


13 El usado por Johan Huizinga, en el clásico ya citado, apareció en 1938, en las vísperas mismas de que la horda nazi alcanzara a arrasar por lo menos con sus alrededores, entre los que estuvo el reino de Holanda. Alude con meridiana claridad hasta lo que entonces era un escenario imaginado, una hipótesis de lo probable, en tanto resultado de un conflicto bélico que abandonara de manera total lo lúdico, presente hasta en los más bárbaros lances caballerescos medievales.


14 Romero, Amílcar. Madero Soccer Center... En este trabajo, la controversia por el Puerto Unico, que se extendió por más de medio siglo luego del derrocamiento de Rosas, es tomado como el punto de partida para la porfía simbólica que futboleramente erigieron al River-Boca como el paradigma del enfrentamiento futbolero argentino.