22.6.05

«MIREN, MIREN QUE LOCURA;/ MIREN, MIREN QUE EMOCION...»

Pensador holandés Johan Huizinga, biógrafo de Erasmo, autor del clásico Homo Ludens.

El entrecruce constante juego/lenguaje tiene quizá su aspecto más apasionante en los tropos [5]. Estos remiten siempre a la imaginación del interlocutor, y es en ese circuito del discurso donde se produce quizá uno de los más apasionantes fenómenos del quehacer cultural humano, por la creación y recreación del conocimiento y su trasmisión y reprocesamientos a que da lugar. La irrupción total de lo deportivo en la vida cotidiana, de la que es condensación simbólica, sobre todo el fútbol, produce un feedback de mensajes de todo tipo hacia la sociedad en pleno, no sólo con exclusividad a sus meros cultores, fanáticos y/o simpatizantes, con lo cual, antes que nada, tiene a bien ocurrir un engrosamiento y enriquecimiento sobre todo del discurso cotidiano para luego ir alcanzando mayores rigores y niveles de abstracción. El fútbol hasta como “categoría del pensamiento” ya fue advertido hace tiempo entre nosotros [6] e incluso hoy ya hay quienes lo elevan fundamentadamente a la de “drama filosófico” por méritos propios [7].

5 Figura retórica que consiste en el empleo de una palabra en sentido figurado, como las metáforas y metonimias. Moliner, María. Diccionario de uso del idioma. Edición electrónica, 1996.

6 Mafud, Julio. Sociología del fútbol. Americalee. Buenos Aires, 1967, 151 págs.


7 Bromberger, Christian, ob. cit. Esta calidad y cualidad de “drama filosófico del fútbol” provendría de la “discutibilidad” in eternum de la impronta de un partido porque es justamente ese partido –los partidos, todos los partidos que en realidad siempre son uno, interruptus provisionalmente y continuados– el que se nos “propone como un universo” y lo que “nos pone frente a verdades esenciales que quedan oscurecidas por lo cotidiano” y alimentan esta “cultura positiva del éxito prometeico”, en realidad como “una filosofía sísifeana del infortunio resignado”.


El objetivo de este trabajo es tratar de constatar hasta dónde lo futbolero tiñe la vida cotidiana argentina y hasta se transforma en una manera de concebir la realidad y el mundo, mucho más allá de los límites de una tribuna, los 90’ de juego y los chirles comentarios pre y poscompetitivos, siempre tan fatuos como eternamente fugaces. Además, alejarse todo lo posible de lo pintoresco/populista como de la inagotable picaresca del tablón, y tratar de ver hasta dónde la esencia de lo lúdico que se improvisa sobre el césped se instala en la sociedad para regimentarla, categorizarla y hasta repensarla a través de expresiones que si bien es imposible despegarlas de su legítima cuna, otro tanto ocurre con el rigor con que han pasado a designar conductas, ritos, episodios que tienen también poseen la misma originalidad de la cultura madre. La magnitud de este impacto quizá puede ser ejemplificado con el hecho de que a mediados de este año la Academia Argentina de Letras decidió la publicación de fascículos que dieran cuenta de la inclusión en nuestra vida diaria de vocablos provenientes de actividades muy propias y típicas del paisaje cultural cotidiano. El fútbol, claro, punteaba con holgura el listado.

De las casi trescientas figuras, metáforas, giros, analogías, etc., colectados con tanto esmero como generosa ayuda, se han seleccionado cuatro que por los motivos que luego se expondrán signan futboleramente el pensamiento argentino de uso diario de manera irremplazable en circunstancias, hechos o acontecimientos por cierto trascendentales:



  • el alma en orsai
  • embarrar la cancha
  • (hacer) la biclicleta/bicicletear
  • efecto Puerta 12.

La primera es poseedora, de lejos, hasta el momento, del mayor nivel poético alcanzado. Sin pretender para nada un análisis o crítica literaria para algún suplemento cultural de fin de semana, su irrupción, en el remate de la letra de Che, bandoneón, musicalizada por Aníbal Troilo en 1948, es por lo menos inusitada. Desde el principio no hay ningún rastro, indicio o sospecha que en ese soliloquio en segunda persona con tres abstracciones en sucesiva escala ascendente (al duende del son de un instrumento fundamentalmente emblemático, para colmo condenado a muerte por la inexistencia de producción industrial), el fueye si se quiere más concreto, a quien le descarga todas sus cuitas como único interlocutor válido, de pronto vaya a terminar de manera tan abrupta con el alcagüete banderín en alto y el crispante silbato del de luto, que acaba de manera ineluctable con cualquier ilusión [8]. La riqueza condensadora, simbólica y polisémica de esta metáfora arranca desde lo futbolero, obvio, pero pasa cómodamente a lo existencial para amenazar con hacer el cambio de domicilio, pero hasta tiene ribetes cuasi metafísicos innegables.


8 Huizinga, J. Ob. cit. El silbato del referí es la “irrupción de la realidad” porque marca la infracción a una ley del juego, que es sagrada, y con ello se quiebra el flujo de lo lúdico, un mundo, si bien imaginario, que contiene a todo lo real y que es fundamentalmente libertad, un mundo que según el pensador holandés comienza exactamente donde termina lo biológico y lo psicológico y que es anterior a lo humano porque ya está en los animales. El homo es faber, sapiens y ludens. Esta tríada es inseparable a la hora de la formación de la cultura. Lo del luto alude al tradicional uniforme negro de los árbitros hasta que irrumpió lo fashion de la Sociedad de Consumo. Blanco de todos los odios, único territorio donde para su ataque y destrucción se ponían de acuerdo todas las rivalidades, con obvias intenciones ofensivas, durante décadas en los tablones se los llamaba morcillas o, peor aún, soretes de luto.

No se está frente a un feliz guiño pintoresquista o populista en un poeta como Homero Manzi. Ni tampoco se le puede exigir definiciones en rigurosa lógica formal justamente a quien elige este modo de expresión por ser él el primero en estar en tinieblas. Lo dijo así y se acabó. Estableció una nueva dimensión llena de posibilidades, alternativas, caminos, luces e interpretaciones. El primer resbalón se pega justamente con orsai, onomatopeyización del inglés off side, expresión hasta hoy nunca aceptada como forma verbal propia y que literalmente se puede traducir como fuera de lado o de lugar. Su significado más aceptado y divulgado es fuera de juego. Alude con simpleza, aunque por eso mismo sea quizá la fuente de mayores conflictos y reyertas, a la posición que ocupa un atacante con respecto a la línea imaginaria que forma el último defensor o la pelota. Está adelantado. Pero en todos los casos se trata de un status ilegal, prohibido, que acaba de manera abrupta con todo lo hecho hasta ese instante e inhabilitad de concretar algo.

La autonomía de la cultura es un aspecto tomado en cuenta desde no hace mucho por los cientistas sociales de ortodoxias varias y cuya omisión llevó a desgraciadas omisiones, simplismos y mecanicismos. El deporte, el fútbol en particular, en tanto la forma más depurada de la cultura de masas, por lo tanto, también tiene su propia historia, cronología y tempo. Esto es lo que lleva a ver, antes que nada, la riqueza de elementos que tiene el aspecto futbolero insoslayable que cargará por toda la eternidad la metáfora/remate de Manzi.

El off side fue la primer regla que tuvo el fútbol en su forma actual. Se la implantó en 1867, a cuatro años de haber sido creado en una taberna masona de Londres, característica que hasta hoy se ignora o se mira para otro lado, porque en aquellos primitivos encontronazos, donde todos corrían atrás de la pelota, el arco propio quedaba sin cuidadores y empezaron a menudear los que usaban la estrategia de dejar a un solitario ariete, normalmente el más patadura, en lo que la jerga tribunera llamó desde un principio y para siempre tomar mate con el arquero. Los rechazos largos y semejante ventaja hicieron que los tanteadores le restaran gracia al juego y motivaciones a la puja. El off side tendió a la mantención a rajatabla del máximo de equidad posible, condición sine qua non para que la porfía tenga algún atractivo y sentido. Desde otro punto de vista de lo lúdico, la libertad total, sí, pero dentro de la igualdad que establecen unas reglas aceptadas de antemano por ambas partes y también en libertad.

Tratando de que los significados no floten al garete, el alma en orsai ¿es porque está fuera de lugar? ¿Adelantada? En todo caso, en una posición ilegal, transgresora, infringiendo una ley sagrada del juego, lo que le impide concretar, consumar el logro máximo, como es meterla y obtener el tanto salvador del empate o la diferencia mínima para el triunfo, así sea en la cancha como en el partido de la vida, ya sea una final por el ansiado campeonato o donde está en juego el descenso irreversible. Si una de las caracteríscas del ser argentino es estar constantemente en orsai escapa totalmente tanto a los objetivos como a los límites de este trabajo. Ahora bien, siguiendo el origen netamente proveniente literalmente del field del asunto, luego del puntapié inicial de esta total deportivización de la vida cotidiana y su impacto en el lenguaje, ante semejante centro a la olla surgen dos cabeceadores natos, siempre con posibilidades de convertir. Uno es la advertencia ya vista del fútbol como categoría del pensamiento en la forma de oposiciones primarias, irreductibles, que a poco de transitárselas no tardan en mostrar alguna hilacha, por lo menos, tipo espíritu/materia o locales/visitantes, líbido/instinto de muerte, unitarios/federales, ying/yang, estatismo/liberalismo, peronismo/antiperonismo, idealismo/empirismo, porteños/provincianos, amor/odio, peruca/gorila, zurdo/facho, Gente como Uno (Landrú)/piqueteros, axiología/cambalache discepoleano, orden cuartelero/quilombo, determinismo/libre albedrío o River/Boca [9]. Luego aparece nada menos que el fantasma del drama filosófico, también citado, que asoma de la casi eternidad polémica, insoluble aún con los adelantos tecnológicos, acerca de la justicia de los fallos tomados en la tremenda impronta del juego y donde el orsai tiene asegurada si no la pole position, un lugar seguro en el podio de las fuentes de discordias recurrentes y que no pocas veces derivan hacia bataholas de órdago, sangre y muerte.

Como acotación final, de cotillón, casi como parte de un destino manifiesto se encuentra aguardando esa sociología al paso a la que somos tan adeptos, a cargo de un viejo comandante de la antigua Aerolíneas Argentinas, quien muy convencido y asentado en todo el mundo que su oficio le permitía volar y pernoctar, aseguraba que a los irlandeses se los conoce en las tabernas y a nosotros, en las canchas de fútbol...[10]


9 Romero, Amílcar. Madero Soccer Center vs. Huergo Fóbal Clú. Apuntes sobre los orígenes socioculturales del superclásico. Ediciones BP, Informes del Sur N° 25, Buenos Aires, mayo 2004, 36 págs.
10 Panzeri, Dante. Burguesía y gansterismo en el deporte. Ediciones Líbera, Buenos Aires, 1974, 414 págs.