22.6.05


Anterior a la cultura y a la vez formador de cultura, el juego justamente tiene los campos más propicios en la generación y recreación del lenguaje, también aparece como el origen mismo de la administración de justicia y es el sustento de los rituales guerreros más remotos [1]. A esto se debe agregar que en el siglo XIX, para nada casualmente coincidente con la expansión colonial británica y la eclosión del capitalismo industrial, luego de un largo proceso de simbolización, los deportes alcanzan, con el fútbol a la cabeza, las formas en que se los conoce e impregnarán la modernidad. El fenómeno será de tal envergadura que a punto tal de estallar el Imperio de la Microelectrónica, a mediados de los ‘80, poco más de una centuria después, ya se comienza a hablar de “culturas dominadas por el deporte” [2]. Mientras que entre nosotros, desde principios del siglo XX, nadie puede dudar de la existencia y vigencia de una cultura imperante, arrasadora, de neto cuño futbolero.

1 Huizinga, Johan. Homo Ludens. Emecé Editores. Colección Piragua. 2ª edición. Buenos Aires, 1968, 305 págs.


2 Lever, Janet. La locura en el fútbol. Fondo de Cultura Económica, México, 1985, 358 págs.



Esta para nada simbólica o virtual mancha de petróleo en la antropología social y cultural posmoderna se ha expandido de un modo tal que en el hemisferio norte se discurre abiertamente, a la par de una “banalización, de una macdonalización de la cultura”, de la consolidación simultánea con un proceso de “sobrefutbolización de la actual sociedad” [3]. La imperiosa necesidad de las clases dominantes de cubrir el creciente ocio social, producto en las metrópolis fundamentalmente de la automatización y del cada vez mayor promedio de la expectativa de vida, entre nosotros el mismo fenómeno aparece con el sesgo genocida de la marginalidad y la exclusión directas, sin más, a la par con una expansión geométrica de la tevé por cable. En un para nada imaginario o virtual escenario más que probable, en la Argentina de comienzos del siglo XXI cualquier ciudadano podía disfrutar diariamente, ya sea por aire, cable y/o codificado, de una media de 70 horas diarias de fútbol en vivo de todos los países, categorías y colores. Es decir, sentado en el living de su casa, sin tiempo real ni para ir a hacer pipí, permanecer el día completo con dos televisores y medio encendidos [4].


3 Bromberger, Christian. Significación de la pasión popular por los clubes de fútbol. Libros del Rojas, Deporte y Sociedad, Buenos Aires, noviembre 2001, 57 págs.

4 Romero, Amílcar. La deportivización de la violencia. Inédito. Buenos Aires, 2001.